La columna de Alejandro

Por Alejandro Rollán

10/11/2022 | Opinión

La automatización agrícola, clave para reducir la pobreza y el hambre en el mundo

Un reciente informe de la FAO analiza los beneficios que trajo la tecnología. Ejemplos concretos en países menos desarrollados.

El proceso de globalización que la economía mundial transita desde hace décadas ha generado, entre sus múltiples efectos, que la automatización de la maquinaria agrícola se expanda por el mundo.

Esta masificación ha tenido protagonismo argentino.

Por ello, el kit de siembra directa desarrollado por la industria nacional ya se utiliza en Europa y algunos países de África, y el paquete made in argentina de poscosecha de granos secos, que reúne a las embolsadoras, extractoras y silo bolsa, se está difundiendo con total éxito por los principales países agrícolas.

Se trata sólo de dos ejemplos de lo que el nuevo paradigma de la agricultura moderna puede desarrollar, no sólo en los países desarrollados, sino también en aquellos que buscan serlo.

Sin embargo, aún hay mucho por hacer. Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) afirma que la automatización agrícola permitirá en la próxima década que cientos de millones de personas dejen la pobreza y el hambre, al convertir los sistemas agroalimentarios en más productivos y resilientes, sin que ello conlleve un aumento del desempleo.

En su informe sobre el «El estado mundial de la agricultura y la alimentación» (SOFA) de 2022, la agencia de la ONU aborda cómo afrontar el uso de las nuevas tecnologías para que sea inclusivo y sostenible y destaca que los temores por la posible pérdida de empleos y la desigualdad que podría ocasionar su utilización son «infundados».

Algunos casos reveladores

En Etiopía, por ejemplo, los agricultores que utilizan un tractor de dos ruedas en la producción de trigo redujeron los costos por hectárea de las operaciones esenciales de siembra en un 46% y los de cosecha, 65%, en comparación con las tecnologías tradicionales que utilizan herramientas manuales o tracción animal.

El ingreso total promedio aumentó de U$S 1.964 para prácticas tradicionales a U$S 2.567 para operaciones mecanizadas. El costo variable total promedio para los sistemas agrícolas mecanizados fue de U$S 526, contra U$S 818 de los convencionales.

De manera similar, en Nepal (Asia), la producción de trigo utilizando mecanización motorizada, que incluye una sembradora de fertilizantes, una segadora y una trilladora accionada por tractor, resultó en una reducción del costo total de operación agrícola a casi la mitad y un aumento del margen bruto en un 81%.

En Zambia, precisa el informe de la FAO, los hogares agrícolas que utilizan tractores casi duplicaron sus ingresos al cultivar una porción mucho mayor de su tierra y lograron el doble del margen bruto por hora de trabajo agrícola en comparación con otros hogares.

A pesar de reducir a la mitad los requisitos de mano de obra por hectárea, la demanda de mano de obra contratada en realidad aumentó para todas las actividades no mecanizadas como resultado de la expansión de la producción. El cambio del trabajo familiar al trabajo contratado también redujo la carga sobre las mujeres y los niños, lo que permitió que estos últimos asistieran a la escuela.

Los efectos multiplicadores de la automatización agrícola están ya probados y son demandados por el mundo. Solo hacen falta políticas públicas que permitan a los privados (las empresas fabricantes) poderlas difundir de manera masiva.

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